Imágenes de Alumnos

La pregunta me asalta como un eco que no cesa y me permito el lujo de lanzarla al aire, como quien tira un papel al viento y espera que aterrice en las manos correctas…

El alma humana, marcada por los golpes del tiempo y las circunstancias, guarda siempre la esperanza de redención, aunque esta se presente bajo formas distintas y en momentos inesperados. Así es como aparece, para muchos, la educación para jóvenes y adultos, una tabla de salvación para quienes, extraviados en las tormentas de la vida, anhelan encontrar el puerto de la comprensión y el conocimiento. Pero, ¿qué significado profundo tiene esta educación? ¿Realmente es útil?

Los sabios de siempre ya han hablado, claro, con esa seguridad que solo las eminencias saben conjurar. Pero quizás, desde mi rincón, puedo agregarle una pieza más al rompecabezas, un giro más a este caleidoscopio que llamamos educación. Porque vengo de un espacio a menudo olvidado, relegado: la educación para jóvenes y adultos. Sí, ese cajón donde muchos meten lo que no saben dónde ubicar, la última página de un libro que nadie termina, una educación de segunda, dicen algunos. Hay quienes la consideran un acto de caridad más que una legítima oportunidad, y no faltan quienes piensan que es una tarea destinada al fracaso. Pero no, mis amigos, no es eso. Es otra cosa.

Las escuelas para jóvenes y adultos no solo ofrecen una segunda oportunidad, sino tantas como sean necesarias. Incluso, para algunos… es la primera, verdaderamente. Porque en la escuela de jóvenes y adultos no importa cuántas veces subas al tren mientras estés dispuesto a viajar. Cada alumno llega con su mochila, llena de triunfos y fracasos, de sueños malogrados y esperanzas que aún respiran. Y es ahí donde empieza el verdadero milagro: recoger las piezas de un pasado roto, ordenarlas con cuidado y darles un nuevo sentido. Porque aprender nunca es llegar, es siempre partir.

La educación, lo sabemos, no es un evento, no es un momento para inmortalizar como quien recuerda su primera bicicleta o aquel verano inolvidable. No. La educación es un río que fluye, que arrastra y que limpia, un proceso constante, perpetuo. La educación de jóvenes y adultos, entonces, no es solo un espacio para adquirir conocimientos, sino para reorganizarlos. Es un proceso que permite a los estudiantes mirar su pasado, no con resignación, sino con un renovado sentido de propósito. Por eso, abrir las puertas de las escuelas para jóvenes y adultos es, en realidad, abrir las puertas de un tren que nunca dejó de moverse. Y para subirse, claro, hace falta coraje.

Coraje para enfrentarse con el fantasma del fracaso, con el eco de las clases donde nada salía bien, con las voces que un día dijeron “no es para vos”, “vos no podes”, “a vos no te da”. ¿Quién no ha sentido ese vértigo al volver? Las piernas tiemblan, el ánimo flaquea. Pero es entonces cuando entra el docente, no como héroe, sino como compañero de ruta, un guía que, lejos de imponer, sugiere; que no exige, pero inspira. Debe ser capaz de mirar a sus alumnos no como números o estadísticas, sino como almas que luchan con fantasmas del pasado: el fracaso, la inseguridad, el miedo. Y es en este contexto donde la palabra confianza adquiere un peso enorme. Solo a través de un vínculo sincero y humano, el docente puede despertar esa chispa de conciencia que los alumnos necesitan para iniciar su transformación.

Sin embargo, que no se equivoque nadie: la educación para adultos no es el territorio de las recetas viejas. No podemos enseñar como se enseña a un niño o a un adolescente. Aquí las metodologías deben ser otras: vivas, dinámicas, conectadas con el mundo que el alumno habita, con su presente. Y sobre todo, conscientes. Porque si hay una palabra clave en todo esto, es esa: conciencia. La conciencia de que aprender es mucho más que obtener un título, es el acto emancipador de tomar las riendas de su propio destino.

Y así, con proyectos reales y preguntas abiertas, con reflexiones que raspan y ensanchan la mirada, el docente se convierte en guía, y el alumno en viajero. Porque la educación de jóvenes y adultos no es una estación de paso, es un camino sin fin, una invitación a seguir descubriendo. Aprender para vivir, y vivir para aprender. Porque nunca es tarde, nunca fue tarde.

¿Y el futuro? No lo sé. Pero lo que si sé: es que mientras haya jóvenes y adultos con ganas de volver al aula, con ganas de aprender, la educación será siempre una puerta abierta, un tren que espera en la estación, con el motor encendido. Y, quizás, lo más importante: es una invitación a la humanidad. Una invitación para que, al mirar atrás, no nos dejemos vencer por el peso de nuestras caídas, sino que veamos en ellas el impulso necesario para levantarnos. La educación para jóvenes y adultos, en su esencia, es un acto de redención; un faro que ilumina incluso las noches más oscuras y señala el camino hacia una vida más plena, más consciente, más humana.

Así que, al final, ¿Realmente vale la pena invertir tiempo y esfuerzo en la educación de jóvenes y adultos? Sí, vale la pena. Vale para recordar que no importa cuántas veces uno tropiece, siempre se puede seguir andando. Vale para vivir. Vale para aprender. Vale, en definitiva, para SER.

Profesor Luis A. Robles.