En el laberinto de la política argentina, donde las sombras se entrelazan con la luz, emergió un episodio que desafía la cordura, la ética y la moral. El presidente, en un acto que oscila entre la ingenuidad y la malicia premeditada, promovió una criptomoneda bautizada como $Libra. Este gesto, lejos de ser un simple desliz, desató una vorágine financiera que atrapó a miles de personas en el mundo, confiadas en las palabras de Javier Milei.

La trama se despliega con la creación de $Libra, una moneda digital que, en su génesis, carecía de valor tangible. Sin embargo, la intervención presidencial actuó como un catalizador, inflando su cotización de manera vertiginosa. Los arquitectos de esta ilusión, poseedores de la mayoría de las monedas, aprovecharon la euforia colectiva para deshacerse de sus activos a precios exorbitantes, amasando fortunas, mientras el resto observaba impotente cómo el suelo se desvanecía bajo sus pies.

Este episodio no es un hecho aislado en el vasto escenario de las estafas financieras. Rememora casos como el de la criptomoneda Hawk en Estados Unidos, donde la combinación de figuras influyentes y activos digitales volátiles resultó en pérdidas colosales para los incautos.

La implicación directa del presidente en este entramado suscita profundos interrogantes sobre la moralidad y la responsabilidad en las altas esferas del poder. La confianza, ese delicado hilo que sostiene el tejido social y económico, se ve peligrosamente erosionada. En este contexto, la relación con entidades internacionales como el Fondo Monetario Internacional se torna aún más precaria, poniendo en jaque la estabilidad y el futuro de la nación.

Así, en este juego de espejos y sombras, la realidad se confunde con la ficción, y la línea que separa al salvador del estafador se diluye, dejando al ciudadano común atrapado en una danza macabra de intereses y traiciones.

 Luis A. Robles